martes, 12 de octubre de 2010

Lecturas en el living: Salvataje

los esperamos en esta super power lectura"!

estrellas como Pablo Perez, Paula Jimenez, Marta Dillon, Romina Paula y Sebastián Krizner

sábado, 21 de agosto de 2010

lectura del 26 de agosto 2010




Sala repleta de Varoncitos, alguna que otra ninfa revoloteando,
no tuvimos proyecciones esta vez
arrancamos con Juan Burzi y su cuento





viernes, 2 de julio de 2010

lecturas 8 de julio

A sala repleta de poetas y amantes de la poesía y la amistad, el ambiente cálido y festivo,
algo de lo que se escuchó: Paula Jimenez estaba de viaje y leí yo (Sole Fernandez Moujan) sus poesías mientras Estela Fares, la fotógrafa del evento, proyectaba sus fotografías de Paula, aquí va algo de lo que leí:

Flotan islas de hojas,
el bote se desliza en los canales
y su madera toca al cruzar los esteros
las pieles escamadas de los yacarés.
Abajo está el peligro, arriba
las plácidas cigüeñas paradas en los palos
miran el cielo opaco
lo contemplan hasta perderse en él
y pasan los carpinchos y se paran
en sus lomos
las hermosas sultanas con su plumaje azul,
su collar colorado, vestidas para fiesta.
Arriba está lo calmo, lo suave, lo perfecto
y el agua se desliza mansamente
por generosos caminos naturales,
pero de pronto el viento
podría empujar los grandes camalotes y bayar
con su soplo la salida. No pensamos en eso,
tampoco en las pirañas ni en las rayas
que nadan cerca nuestro,
a unos pocos centímetros.
No solemos pensar
en cosas como estas.
Es tan bello el paisaje y sin embargo
el rozar de tu mano
captura mi atención, reduciéndola al punto
que mis ojos olvidan lo que ven
como si ahora
miraran hacia adentro y encontraran tus dedos,
tus anillos, tus vigorosas manos en mi espalda.
Abajo está el peligro
pero nadie lo nota. No es otra la estrategia
de los oportunistas, de estos viejos reptiles
que conocen el hambre de memoria
como el único mapa de la vida.
Uno asoma su rostro, la redondez
del ojo nos espía a un costado y él
abre su boca inmensa y al cerrarla
cruje como una rama una piraña
que muere entre sus dientes.
Arriba está lo bello y continúa inmutable
como si ni siquiera
la muerte lo afectara o lo impecable fuera
el modo en que la muerte
se incorpora a la vida, así, sin sobresaltos.
No puedo imaginar ciertos finales,
la manera en que las cosas se aniquilan
y pasan a formar parte del tiempo,
de todo ese pasado que nos trajo hasta acá.
El bote va internándose entre islas inmensas
el conductor se baja y hunde
sus botas en la alfombra flotante de hojas vivas,
rebosantes de verde a punto de estallar
y nos señala una perfecta flor rosada
y dice que es la flor de los amantes.
Tira la embarcación hacia delante
con un soga. Detrás de él el cielo se despeja
y es cruzado por pájaros naranjas
que aletean sobre nuestras cabezas.
Arriba sigue
su curso la belleza y abajo la cadena
de bocas impiadosas comiéndose una a otra
también se continúa.
Estamos en el medio, no elegimos
mirar pero olvidamos
la rueda que nos lleva no sabemos
adonde, la holgura del peligro
y del amor
que nos hace tan frágiles.
Mariana Chami leyó sus poesías, aquí una muestra:
La alfombra es verde
con algunas flores
y la aspiradora no limpia el polvo
acumulado en tantos años

bajo la mirada atenta
de un sin fin de retratos
Helga guarda secretos muy viejos
casi reliquias invaluables

y en su perfecto castellano pregunta
¿quién quiere tener
las obras completas de Shakespeare
en alemán gótico?

más tarde

se acomoda sus lentes
y en sus ojos celestes
sólo la perseverancia resta

el plan es sencillo
ser puntual y sobrevivir

a los ocho años le marcaron
la estrella judía
en el corazón

hija única de Rosl y Julio
Helga escapó de una guerra
y llegó a Buenos Aires

si hay amor
que no se note
escasean los abrazos
y no sabemos desperdiciar

siempre decía
que las nenas que lloran
se ponen feas, muy feas
hay que cuidar hasta las lágrimas

así creció
así crecí
llena de reglas a cumplir

Frau
Fräuline Helga.
Florencia Walfisch también leyó:
mordisco en la arena o pie de peñasco: entonces hablé de volverme montaña.
materia de mí traía otra clase de cosas: todo tipo de fauna del mar y pequeños retazos de otras zoologías. dije caracoles y peces hasta estallarlos; dejarlos sin conjuro. peces que nacen nuevos y caracoles que no terminan: quizás siempre sea así, o tal vez el velo de mi memoria caiga y ellos sigan abriendo la piel y se alimenten.
si existiera la forma de recortar alguna cosa, yo diría especie de animal cargado: una serpiente emplumada o un dragón.
sí, claro que estaba ahí, y tuve miedo por tanto fuego y tanta agua.
madre trabajaba sobre un fondo suntuoso. la exuberancia de su geografía la volvía paisaje. tomaba los frutos con esmero: ciruelas, uvas, sandías. no preguntaba nada sobre su sábana de flores: dalias, claveles, margaritas. a donde entraba, entraba su atavío; lo portentoso de su imaginación
todo lo que hubiera podido ser
sabían que jardín no era bosque, ni selva, pero aún así armaban su geografía.
el pino azul era el tesoro del reino y la morera, la casa ideal para sitiar la intemperie. sospechaban cierto equilibrio secreto en el ruido que hacían las nueces al tocar el suelo. el nogal llenaba la ventana y día y noche se lo escuchaba descargar sus frutos.
piel verde que se lastimaba dejaba ver la dudosa calidad de toda protección.
el duraznero, el manzano y el ciruelo: esos eran los más frágiles. el ciruelo una sola vez dio flor: todo el jardín como nevado.
en eso de florecer hay un modo de parecerse a otros. un tallo, un poblarse de hojas y la fuerza necesaria para devorarlo todo y volverse pétalos.

viernes, 21 de mayo de 2010

Mariana Docampo, Hebe Uhart, Paula Gimenez, Gabriela Bejerman, Florecia Gutman(historietas)




Vengan a disfrutarlas!

Adjunto material de lo que sucedió esa noche maravillosa a sala repleta, recostadas/os sobre sillones bebiendo y disfrutando de tan geniales mujeres,
comenzamos con la maestra Hebe Huart que leyó entre otras cosas, esto:
Hola, chicos.
En el zoo de Buenos Aires hay una jaula con papiones. El cartel indica:
“Papión sagrado de la India”. He ido a visitarlos tres veces; iría una cuarta. Siempre que voy me detengo antes ante el mono araña marimoña, que es el mejor equilibrista que he visto. Su vida oscila entre descansar de sus equilibrios (dormita con una pasividad elástica) y mirar mucho tiempo a la fuente de encantamiento que tiene enfrente, un subibaja con arenero del que bajan y suben chicos de todos los colores, que se ríen, se hamacan y se renuevan. El espectáculo le parece fascinante, pero de vez en cuando es como si se acordara que debe hacer su show; anda sin vértigo alguno y a toda velocidad por unas cintas finitas, para acá y para allá como si fuera lo más sencillo. Y yo pienso que un atleta humano debe ejercitarse más de diez años para lograr la cuarta parte de esos resultados.
Al lado de la jaula de los papiones, separado por un alambrado, está el mono “Cola de chancho”. También está solo como el mono araña, pero se divierte menos, porque no trepa, nadie lo espulga y el no espulga a nadie. Se pasa la vida espiando a los papiones, que son unos veinte y no le dan bolilla. Pero una vez sí lo tuvieron en cuenta; fue cuando los papiones que son muy quilomberos, habían hecho una zarabanda sin par, con toda la tribu en movimiento. Ahí sí le tocaron tres veces el alambrado al mono cola de chancho, como una advertencia, como diciendo “Ojito, de esta no te vas a librar”. Pasaba un jefe y le daba un golpazo con toda intención al alambrado. Pero cuando la tribu está en calma, se los puede observar a gusto. Una vez los vi espulgándose en cadena de a tres, uno delante de otro, con toda prolijidad, separando el pelo en partes para abrirlo como el peluquero cuando tiñe el pelo. Uno de los jefes ofreció el otro perfil para que los espulguen; su cara tenía una expresión entre altanera y coqueta. Otro mono se examinaba su mano oscura, larga, con toda atención.
Modigliani se debió inspirar en ellos para hacer sus figuras estilizadas; los ojos de estos monos son dos líneas, las tetitas dos puntos rosados y el pene, un filamento largo y rojo. Tosen, estornudan, y una nena, cuando uno hizo un ruidito, dijo: “Mamá, tiene hipo”
Comen masticando fuerte y concienzudamente, como aconsejan las revistas a los humanos para favorecer una buena digestión. Tienen un jefe principal y otros menores; se distinguen por la cabellera; es blanca, larga y apenas ondeada. Parece que la jefatura coincide con la cabellera. Si pierden el pelo, los otros monos no los obedecen más. En relación al pelo, una nena dijo:
- Mamá , se hizo un brushing.
Quizá el concepto de fuerza, que en nosotros está separado de la belleza, para ellos es una sola cosa, una especie de fascinación. El jefe máximo se distingue porque es el más indiferente de todos. Él se sube a un peñasco alto, si ve una de las tantas persecuciones que está acostumbrado a ver para controlar todo con la vista . No en vano los líos más grandes suceden detrás de las jaulas, donde su mirada no alcanza. Es más incansable que Zeus, que también se subió a una montaña alta para observar el fin de la guerra de Troya , cuando ya cansado, se dijo “Hagan lo que quieran , ya me tienen cansado” Pero él no se cansa nunca, y cuando la pelea pasa de castaño oscuro, corre también él a castigar. Pero como todos, debe pedir comida; lo hace con imperio, sacude el alambrado y también el carril de la comida. Como dicen los mexicanos “Mendigo y con garrote” . Después que pidió el jefe, se acercó otro mendigo muy distinto. A lo mejor fue jefe y perdió el pelo y con él la convicción; trataba de mover el alambrado pero sin ninguna esperanza, como diciendo “Y a mí qué me van a dar”. No tiene su corona de pelo, ni actitud ni convicción. No liga nada.
Está también la mona madre con su monito de unos tres meses; a veces lo lleva sobre su lomo como si fuera un jinete y otras lo lleva en su mano como un paquete; lo deja pastorear un poco por ahí, pero cuando quiere jugar demasiado con un monito un poco mayor, digamos un chico más grande, ella lo retira . El monito bebé trepó por el alambrado pero no sabía bajar. Y no lo bajó la madre, lo bajó un tío o simplemente un vecino.
Hay mucha gente que mira y algunos se impresionan por el traste de los mandriles, tan sobresaliente. Un chico de unos nueve años dijo:
- Tiene un cerebro ahí.
Y los padres, la gente grande, no puede entender que ese traste es constitutivo de su clase; son así, de marca . Entonces algunos dicen:
- Tiene hemorroides
Deben suscribir alguna teoría creacionista; sería imposible que Dios hubiera concebido semejante deformidad; si los hubiera diseñado con ese culete, habría un componente de perversión en la mente de Dios. Pero ya lo dijo Spinoza; “Cualquier cosa , considerada en sí misma y no en relación a cualquier otra, incluye una perfección que se extiende hasta donde alcanza su esencia”.
La mona madre tiene un pretendiente. Es uno de los jefecitos y se coloca frente a ella, bien sentado en actitud de espera ; lo vi en las tres visitas que hice. En algunas ocasiones, ella ocultaba detrás suyo rápidamente a su monito juguetón, pero no alcancé a ver porqué a veces lo dejaba y otras lo separaba del pretendiente. Pero a ella ese muchacho no le disgusta, se queda sentadita, frente a él, que a veces va a cumplir sus tareas de jefecito vigilante, pero se acuerda de volver a su chica, quizás esperando un momento de debilidad.
La última vez que fui, un nene de unos tres años, les dijo:
- Hola, chicos.

Luego Mariana Docampo trajo su gracia graciosa: algo de aquello:

¿Qué es la fe?
Había pasado toda mi tarde en el zoo sentada en un banco frente a los canguros. Me interesaba particularmente el más pequeño, cómo iba detrás de su madre y luego, cuando ésta se alejaba un poco, caminaba unos pasos solo, en el centro del predio, y miraba hacia los costados. No había gente alrededor ni tampoco otros animales. El día era cálido y con sol. Tomé algunas anotaciones, y me quedé sentada, mirando alrededor. Puse mi atención en el movimiento un poco histérico de las hojas de los árboles al ser empujadas por el viento, o en la caída de una de ellas hasta la tierra, ya tranquila, y en una única dirección descendente. También observé los pequeños pastos que nacían alrededor de las patas de madera del banco, y ciertas zonas de tierra removida y piedritas debajo de mis zapatillas. El aire llegaba hasta los oídos. Me envolvía y me acariciaba. Levanté el rostro y constaté que allí permanecía el canguro. Me observaba. Yo estaba sola pero no tenía miedo. El canguro no se movió. Lo llamé en voz baja:
—Canguro...— luego hice un silencio, y dije un poco más alto— canguro...
Modulé la palabra de modo tal que si alguien hubiera pasado junto a mí habría podido oírme. Pero el zoológico estaba prácticamente vacío. Había un hombre que regaba unos yuyos laterales con una manguera, y entre los árboles lloraba una mujer. Frente a mí estaba el canguro, y me miraba. Pregunté en voz alta:
—¿Cuál es el sentido de mi vida?
El canguro me miraba fijamente. Se mantuvo quieto. Una brisa muy leve sopló sobre su fino y corto pelaje. Yo me incliné hacia adelante.
—Canguro —dije— ¿cuál es el sentido de tu vida?
El animal estuvo quieto. No había sonidos. Solamente el golpe de las patas de las zebras, que corrían en el corral de al lado. Comprendí en ese momento que las palabras eran un límite para la comunicación entre las especies. No podía llegar al canguro a través de ellas y sin embargo me sentía próxima a él de un modo cósmico, como compañera de universo, coincidente en tiempo y en espacio. El era un ser con su misterio, y yo frente a él, con el mío. El lenguaje articulado me conducía al error, una y otra vez. ¿Había una casualidad que nos había puesto a uno frente al otro o era causalidad? ¿Orden universal y particular de una consciencia suprema que había destinado para nosotros dos ese encuentro tan lateral, tan descentrado? Todo pasaba afuera del zoológico: los encuentros entre las personas, los imperios económicos, el arte, las instituciones religiosas. Aquí estábamos él y yo, comunicándonos sin palabras en un recorte de la ciudad. Porque aquellos animales, aún quebrantados, por extrapolación, movidos de su hábitat natural, mutilados, cumplían la función de un lago o de una montaña en medio de la ciudad, constituían su fisura, un portal de acceso directo a la divinidad. El canguro era Dios.
—¿Sos Dios? —le pregunté.
El canguro no se movió.
—¿Quién organiza el cosmos? —le pregunté, anhelante— ¿De quién depende el curso de la naturaleza y quién regula las pasiones humanas? ¿Es todo esto caos o es cosmos?
El canguro me miraba sin responder. Las orejas estaban muy abiertas y en punta hacia el cielo. Los ojos grandes y redondos, fijos en mis ojos. No resistí la mirada y di vuelta el rostro. Vi a la mujer que lloraba. Me pregunté por qué lloraba. ¿Qué causas podría haber para que esa mujer llorara? Di un golpe en la tierra con mi pie y me levanté. El canguro permanecía inmóvil. Cuando di un paso hacia delante vi que saltaba hacia un costado e iba en busca de su madre. Fue pegando saltos hasta ella, que estaba cerca de un árbol y lo recibía sonriente. Cada tanto daba vuelta su cabeza y me miraba. Era un hijo. Pero no había otros junto a él. Estaba solo con su madre.
Mi aura estaba apagada. Restregué las manos contra mis pantalones, y observé las palmas. Estaban opacas. Cerré el cuaderno. Todo alrededor estaba quieto y luminoso. "


luego vino la supergraciosa Florencia Gutman y mostro en pantalla su tira comica relatada por la perrita Manuela : http://www.manuelacanina.blogspot.com/
Deleitamosnos luego con Paula Jimenez que leyó uno de sus ultimos escritos "El Angelus" aquí va un fragmento:
"Mi padre no quería morir sin verme casada y se lamentaba por mi suerte. “Nos, buscábamos una niña normal... y me cago en la puñetera madre que te parió”, decía. Violentábase él y yo misma percibía que mi vida no le caía en gracia. Lo enfrentaba entonces con desconocida vehemencia que brotaba de mí como un demonio. Y él, ¡si, vierais con qué furia reaccionaba! Con deciros que una mañana agarró por orejas un cabrito y revoleolo en los aires del enojo.
Os voy a contar mi historia. Tenía yo una amada: Magdalena, la esbelta y fogosa Magdalena que nació con pelo rojo y no tiñose en toda la eternidad. Soltábalo al viento levantando nubes de polvo a su paso, sus labios hinchados y pómulos altos conferíanle aspecto de actriz de cine, más, no existía cine alguno ni película que proyectar en esos tiempos. Mi otra amada, Sara nombráronla sus padres y las generaciones, carecía de dotes artísticos o cualquier menester que a esto relaciónese. Pálida y menuda como un cristo, pero enloquecían todas las gentes de amor al conocerla. Tan bella era. “No te alcanza con una, tortillera de mierda”, reprendíame mi padre.
En una oscura habitación de la casa de piedra familiar, dormía yo, envuelta en edredones. Tanto frío hacía. Pero el calor llegabame si por las noches recordábalas a ellas e incurría en silenciosas masturbaciones que a nadie molestábanle. He sido cuidadosa siempre con ellos. No metíame yo nunca nada que hiciese ruido, ni gemía y recibía agresiones, sin embargo. Por eso, más que nadie, valoraba yo la soledad de mi cuarto y enojome la aparición de un ángel que, con buenos argumentos, queríame convencer de cosas que no eran.
Había logrado conciliar el sueño aquella noche cuando llegó hasta mí la esfumación. Colóse por las rejas de las ventanas este ángel, forma de púber en rayos de luz divina que dañome la vista. Apreté mis párpados entonces y encandecida rogué bajara la intensidad para abrir mis ojos y no lo hizo. Tan lejos de la experiencia humana hallábase ese ángel, noté yo, e hizose el sonso como si hablárale yo o pasara un tren que no había alguno, ni vías en Jerusalen para que transitara. Irritome y le exigí que se fuera. Más, mostrábase imperturbable él y alzando brazos cantome un salmo que titulole el Ángelus. “Disgustanme los salmos a esta hora”, grité, pero no respondiome. ¿Cómo habríame de escuchar él a mí en medio de tanta orquesta? Por mi parte, sospeché que todo el pueblo estaría ya despierto dado el volumen. Tan grande era. De pronto hablóme con eco el querubín. Érase una voz metálica y espantosa como todo en él. Más, el horror llegó cuando acercose a mí tendiéndome tres dedos suyos. Abrí un ojo mío y vilo sonriente al invasor.
- ¡No! - advertíle - ¡Vais a electrocutarme! ¡Salíd de mi cuarto!
- No debeis temer, María – díjome en su repugnancia – soy un enviado de Dios.
- Angel mío – respondí amablemente porque tampoco queríame yo ganar el infierno.
- Arcangel – corrigióme el pedante.
- Perdón, Arcángel mío, vos no creéis que carezco yo tan de imaginación como para no figurarme que sois un enviado de Dios, ¿verdad? Más, ¿para qué quieresme Él a mí que está tan bien solo? Y, os suplico, no me toqueis que me impresiona
..."
Cerramos la velada risueña con mi queridisima amiga y exelente poeta Gabriela Bejerman:
(ya subo fragmento)